Mirando una vez hacia un rosal
contemplé, con angustia desolada,
cómo un viento, perverso y brutal,
las rosas del rosal deshojaba.
Entre todas miré la más hermosa,
pensando que tal vez la respetara,
y vi cómo también aquella rosa
por el viento fatal fue destrozada.
Una lágrima corrió por mi mejilla.
Un sollozo se quebró en mi garganta;
hay que ver cosas tristes en la vida,
que tan sólo mirarlas… ¡Espanta!
Amelia Suárez Oquendo
1996