Hijo feliz, sonriente en el edén del pensamiento, te guareceré del llanto,
acogeré todo dolor que intente matar en tu rostro la alegría.
No habrá causes salinos que mojen tus rizos, ni los brillos de tus ojos
se ocultarán a la luz de los míos, tu dicha será magnánima,
tu piel no visitará el confín de los años, ni el desamor latirá
sobre tu pecho, tus oídos no razonaran ni las dulces mentiras,
ni turbará la codicia el sueño que reine prospero en tu cabeza,
ahorrarás a tu madre, el duelo constante de ver alejarse su sangre,
su carne en cada sesgo, en cada partida… sobre todo,
cuando corriendo vayas presto al encuentro de otra edad,
otros conocimientos y otros besos al convertirte lejano a mis sentidos
en el ideal de hombre, por eso, no germinaré ni el egoísmo por procrearte,
no he de ser el fantasma de tus recuerdos. Perdón hijo por no desear,
la posesión de tu cuerpo entre mis brazos, por no permitirte vivir
ni la lujuria del cuerpo, la extravagante candidez del te quiero
o el calor de la caricia, más existirás siempre lo confieso,
en la añoranza de mis pechos, de mi vientre estéril, de mis manos ajadas
de caricias y tiempo… ¿Sera egoísmo el no querer compartir con nadie
la obligación o la devoción del cuidado del máximo tesoro que tengo?
Pero, ¿Dónde, donde estarás mejor que ahora en mi ensueño?
Por mi miedo amor no te tengo y para tu felicidad perenne,
no he de abrir a ti las fauces de mi océano, ni el cansancio de mis huesos.
He de retenerte preso, entre este llanto y mis tejidos que no formaran
ninguna parte de tus viseras. Después de todo hijo mío escribir
no vuelve tangible lo que te digo, ni la esperanza se materializa en el deseo
ni la compasion acorta este añejo y recurrente dolor que siento..