No me engañes. Te sigo.
Seré tu niño interior.
Si ángeles y adultos
se ponen celosos,
no temas:
juguemos al matrimonio.
Natalino, carne cándida
bañada en amor, te adoro,
también te deseo.
Mi nombre es Nathalie,
la niña de tus ojos,
cual Virginia Clemm
a su Edgar Allan Poe.
¿Pretendes amarme?
Tú mi Mary Gray,
yo tu Lord Byron.
“Muévete, viajemos”, decías.
Me tomas, me dejas,
me vuelves fugitivo.
No me dejes, por favor.
Te besaré cual mariposa.
¿Sabes algo? Eres único.
Te amo tanto, tanto, tanto,
que en nuestro lecho
tu madre preguntará
por qué te hago “daño”.