Te despiertas
un segundo antes que yo
y me invades, me aprisionas,
me amarras,
me pones contra las cuerdas,
me susurras al oído:
¿qué vas a hacer hoy?, ¿más de lo mismo?
Sonríes irónica y despierto al sentir tu dedo
clavado en una coronaria.
Me bapuleas y me asomas al abismo;
me abruma el vértigo,
el vacío,
esa falta de ganas...
Abro los ojos y siento
que te odio.
(Tú sabes que soy más fuerte que tú,
aunque quieras hacerme creer lo contrario.
Deja de silbarme al oído todo aquello
que no necesito oír,
deja de agotarme,
no ganas nada,
nunca ganas...
En la oscuridad de tu pozo mi luz se ve más fuerte,
y no te das cuenta, loca,
que mi ruina es también tu ruina.)
Siento
que te odio.
Me incorporo y ese solo gesto
es mi puño en tus tripas,
mi gancho certero, tu K O en el segundo round.
Pongo los pies en el suelo y te haces pequeña,
y una vez estoy en pie compruebas mi talla,
mi poder.
Comienza el día,
he ganado otra batalla.