En las profundidades del invierno
Finalmente aprendí
Que en mi interior habitaba
Un verano invencible.
Albert Camus
Mi infancia no fue feliz.
Tengo recuerdos que me hieren
en las tibias madrugadas.
La cara blanca de mi madre muerta
envuelta en su encaje de sublime mortaja,
los ojos enrojecidos de mi padre
ocultando sus tristes lágrimas,
con mis cuatro años y me infancia robada.
Provengo de una familia italiana
Y los ritos se cumplieron a rajatabla,
un cajón de muerte viajando
por el camino de la desesperanza.
El tiempo paso ligero como esta pena nublada,
Y se llevó los recuerdos que se fundieron con la nada.
Sentada en los escalones de mi casa
me volví triste y además callada,
para mirar los árboles que florecen
en un silencio rotundo de angustias,
que no duermen en alma.
Mas, todo pasa y nada queda.
La lluvia me regaló el aroma de la tierra mojada
que con el viento del norte se quedaron en mi ventana.
El portón era un transporte,
donde me llevaba a un viaje de ida y vuelta
con el peaje que no se paga.
Tuve una hamaca que construyo mi padre
con dos cadenas que colgaban,
de los brazos de un gigante árbol,
con un asiento de rupestre tabla
donde yo volaba a los umbrales del arcoíris
e imaginaba caer en las olas de los mares.
El tiempo se fue llevando mis tristezas
de niña terca y solitaria,
Y llegaron nuevos recuerdos
que albergaron en mi infancia;
aquel de comer las moras sin lavarlas.
Ensuciar mis manos, manchar mi vestido
subida de aquel árbol que endulzó mi vida.
El tiempo paso ligero
Y deje de ser niña
cuando la adolescencia se anunciaba
en las tímidas curvas de mi cuerpo
como si el verano me esperara.