Manantial puro nació en mi espíritu
y en todo vertió resplandor dorado,
el sol de la ventana, el rumor de lo distante,
tu cuerpo fresco con olor a campo.
¡Mi corazón tembló en campanadas
por la emoción de ser amado!
He vuelto a nacer cuando asesinaba
ya el reloj mis huellas de la vida,
y la frontera de la ilusión moría abandonada.
De mi boca brotaban otoños helados
y mis ojos hurgaban lontananzas.
Mi rubor en tu silencio
enciende la lámpara de la aurora
y deposito en tu pecho mi cabeza con sigilo.
La dicha es una memoria abierta
que me nace de improviso.
Tu cuerpo es un junco del verano,
de resplandor cobrizo.
Tiene mi alma su antiguo empuje
y su sed primera permanece intacta.
Las últimas brasas de la incertidumbre
fueron cenizas al viento pálido.
Déjame que sea tu destino y nube,
tu rama del árbol de verdes sueños,
y sombra sedienta que por tu cuello sube.