Creé para él un mundo nuevo. Cielos verdes, frutas prohibidas y mares frondosos donde yaciera su soledad llena de gentes.
Armé con mansa dermis una pléyade cóncava para que durmiese despierto y nunca cesara de escuchar de mí,su nombre...
Hojas de vida, trofeos, lecciones y dialécticas vertidas de mis labios, besaron sus falsos temores y nunca dejé de pronunciar su nombre...
Otras comisuras murmuraron al inconsciente la íntima felonía de una prematura estrella inerte, pero ni aún entonces omití pronunciar su nombre...
Su mundo le olvidó; su cielo se azuló y el faro se apagó.
Lo que no tiene nombre, tampoco tiene dueño.
Yamel Murillo
Des-membranzas
Tejados de zinc ©
D.R. 2019