Me echo a reír
cuando escucho que alguien
predice el futuro.
Miro a un perro
que se rasca una oreja con desgano
y se echa a esperar
que llegue la hora del almuerzo.
Son tiempos vacíos,
llenos de frases hechas,
alimentados con las pulgas
que han crecido con el tiempo.
Río a carcajadas,
ya no por el futuro,
sino por el presente
que aguanta las ganas de llorar.