Carlos Eduardo

Perdóname ... (de los amores extravagantes)

De un trapecio
entre dos árboles
infestados con abejas
cuelga una mujer desnuda
atada de los tobillos
mientras un baterista arrodillado
le besa los labios y toca un tambor
que expulsa a estas doradas
y luminosas abejas
cuya reina es la estrella del crepúsculo
alzándose en el imponente cielo púrpura

Vitezslav Nezval 

Cuánto gozábamos,

nos enviábamos cartas,

te sentía,

iba a verte muy pero muy lejos,

también a lo lejos,

los estudios,

te necesitaba,

algo me decía que era otro quien te gustaba,

estábamos en los veinte,

fuiste sincera,

no volví a escribirte,

habíamos terminado,

no había pasado tanto tiempo

cuando dijiste estoy aquí,

ven a verme,

con verdad me señalaste tus pasos,

querías estar conmigo,

yo recién había vuelto con mi eterno amor,

las heridas estaban cicatrizando,

fui a tu casa,

y nos sentimos nuevamente dichosos,

nunca más volví,

estaba entre tú o a quien amaba,

sabía que contigo era más simple,

quizás la atracción más fuerte,

aunque despreocupada

sin compromisos,

mientras ella ocupaba todo,

estaban claros mis sentimientos,

desaparecí después de ese único reencuentro sin explicación

¿la merecías? me pregunté a veces,

pasados tantos años

te diría:

Perdóname.

Amor pasajero.

Ojos de sol, cabellera negra,

alta, espigada,

fuimos pasión inocente,

ardíamos en una fragua maravillosa,

no más allá.