Alberto Escobar

Naufragando un poco...

 

Novena ola. 

 —Iván Aivazovski, 1850.

 

 


Primero, fijémonos en el cielo. Parece que está atardeciendo, a juzgar por el naranja terroso de un sol que va exhalando sus últimos estertores —me llama la atención el claro que se advierte en la esquina superior izquierda, de un gris ceniciento, que parece indicar que la noche se va dando ya cita. Dejemos el cielo de momento y fijémonos ahora en el plato fuerte: el mar.
Aunque observo algún esporádico gris —supongo reflejo de la incipiente noche—, me detengo en el predominante verde que tiñe las aguas, un verde que parece más de río que de mar, un verde botella de vino, un verde tan cálido que invita al náufrago a sumergirse de por vida en la profundidad que detrás aguarda, un verde clareado por un sol que se niega en rotundo a abandonar el espectáculo al que asiste, y un verde que rodea al bote como a modo de abrazo, como queriendo engullirlo pero a la vez compadecer el sufrimiento que empaña los rostros de unos hombres muriendo de supervivencia. 
Apenas se le da protagonismo a la figura humana, casi imperceptible en el extenso del cuadro, y que, a mi modo de ver, cumple un papel meramente testimonial. Diría que el pintor quiere destacar la fuerza incontenible de la Naturaleza frente a las ínfulas del ser humano, que se atreve en un hybris absurdo a plantarle cara. 
El título de \"Novena Ola\" alude —según Wikipedia— a que en una tempestad es esa la que firma la sentencia de muerte, y es ese momento el que plasma con metáfora marina y maestría de pintor avezado y talentoso; y añadiría que el acento mortal lo apunta y confirma la débil consistencia del bote, a las claras insuficiente para contener tal bravura y energía destructoras. 
Os dejo la ilustración arriba para que podáis deleitaros en su exultante belleza —contiene una carga emocional tan sobrecogedora que por un momento estaréis debatiéndoos entre la vida y la muerte.