A veces pareciera difícil probarle algún sentido al amor, pues, nuestras propias emociones se pierden en algo así como un manto de dudas que en ciertas ocasiones carcome en cada latidp de nuestro corazón. Quizá, sólo en veces, cuando recitamos algún verso, podamos sentir lo que es bañarse en esa lujuria, probarla con la yema de nuestros dedos, ya que así es como sienten el sabor los verdaderos poetas. Luego se percibe una ligera dulzura, algo ácida también, en las inmediaciones de nuestra boca, a las que nuestra lengua, con prisa, se adelanta a guardar en su propia memoria. Así se guardan los verdaderos versos que luego los traspasados a alguna piel desnuda; jugamos haciendo rimas en cada centímetro para luego perdernos en ese abismo misterioso que se esconde entre los gemidos de aquella Mujer, dueña de nuestra locura. Y entonces, es en esos instantes en que nos vemos reflejados, cuales poetas advenedizos, en nuestras propias palabras que de algún modo desconocido traspasados a la memoria de esa piel desnuda, desde donde nunca hallarán la salida. Y aunque se sienta a veces libre de ataduras, ellas le arropan, con su especial arrogancia, para hacerle el amor en todo momento cuando como autores, nos relfejemos en su memoria; y así, al final de cada noche solitaria de locura, sus gemidos serán esa firma pura, dulce y amarga en la distancia, de un poema hecho de pasión y lujuria.