omu

trinares sanguĂ­neos

Estirado, el largo sombrío;
de duro roble.
Aúna albergando
sobre el empedrado sollado del banco,
a una alondra y a un trío.


La alondra mira al anciano,
el anciano besa al nieto.
En medio,
el hijo posa ambas manos
dentro del corazón de ellos;
sin tedio.


Amables, se cuentan remedios,
como hacer suerte y camino.
Hablan acerca de la fuerza
de voluntades férreas,
capaces, medradas en la parra,
con atino!, por la uva y en el vino.
Juntos, entonan cánticos al destino;
claman, por fortunas cabales
sólidas y etéreas.


Ellos desembalan equipajes.
Abiertos, exponen sus vivencias.
Se deshacen de inútiles trajes,
con animo! limpian sus miserias.


El joven, acaricia y mesa,
las blancas canas de su abuelo.
Recoge en el gesto la siembra,
un arco iris de pensamientos.


También oye la voz de su padre,
se constituye en el acto y aprende.
Como esta alondra recogida en el banco,
sobrevolando la riqueza de las mieses.


La seguridad gasta bastón,
la firmeza usa chaqueta
y la novedad babero y chupete.


Una alondra,
tres edades,
tres mitades
y una sombra.
Se acunan dedicados
bajo la delicada tutela;
la de ese amor
confesado y conversado,
que arribó en este banco
por corrientes de sangre en la tierra.


Bajo el doble del roble,
para dar descanso; hecho sombra,
se asienta un derecho,
el de escuchar comprendiendo
palabras y trinos.
Tratados; con un mismo saber,
como iguales en conocimiento.