Escondida voz poderosa
múltiple erosión incandescente
suprema muerte que otorgas
cansancio de bueyes tan lentos.
Munición de fogueo, labios contritos,
escuelas difamadas, por ladridos y versos.
No existes, llámate putrefacto,
la ocasión, tilda de riberas tu ocaso,
nombre imperfecto que olvida su acaso.
Reyes dispuesto sobre sombras emancipadas,
poderoso orgullo, conquista de brumas,
bruñidos crustáceos que imitan una posesión
de barcos, ilimitados.
Se presionan los dedos, como olvidando,
la antigua heredad, que cumplió años vagando.
Habrán de romper los fósiles dentales
las antiquísimas fosas nasales, los rápidos descensos,
como carne y mortal, es la bella divinidad honrosa.
Es ahora, en el círculo de latidos, donde rompen
las olas, bastidores de traición, develando
su pronóstico en las afueras.
Y ya no lloras, quizás, hasta mañana,
donde rompas la agonía del pecho,
rezumando orquídeas lascivas.
Buscas, búscame, con la palpitación de un ocaso,
llevaré incrustadas en mi barbilla depauperada,
las arras del misterio. Donde quebranten
huesos con ancianos, y se levante el polvo
de la mañana, mientras duermen las yeguas
sus pozos continentales.
Es mi carne la que se erosiona, sedimento concreto,
paraíso antiguo, marítima nación
de alimento subversivo. ©