Me siento en mi vereda a mirar el cielo
-a la hora en que todos duermen-
el aire débil también reposa
mientras el silencio hace un hueco
en la noche.
Y las sombras murmuran algo así:
“…déjate caer y cierra los ojos”
“…déjate abrazar ahora que recuerdas”
Los fantasmas llegan con sus síntomas
de letargo mientras hace frío
y el cielo sin luna es un manto lleno
de cristales rotos.
A esta hora mi soledad es cuerda que ajusta
la sien de la memoria
y las nubes son bandadas de pájaros negros
que hacen más oscura
a las bestias del silencio.
Regreso a mi amargo café humeante,
lugar donde a veces se ahogan
algunas heridas y los recuerdos se desatan
sobre un río de sollozos.
Entonces, una luz es una presencia con su rostro
en llamas, una voz es dulce
cuando regresa de la otra orilla
con el lenguaje olvidado del amor.
Y me siento extraño cuando veo a la hierba crecer
más con el silencio -de la madrugada-
y todo se hace cierto cerca del espíritu
que le habla al cuerpo
y este extiende su mano
para desnudar el verso de una sola palabra.
Eres tú -mi Venus triste- una grieta tibia
en el muro inmenso de mi corazón.