En lúgubre velatorio,
con el difunto presente;
¡el huraño tío Curro!
Tristes eran las miradas,
aunque algunas sospechosas, pocas lágrimas brotaban
y mucho las apariencias.
Todos querían al tito
y en vida nadie lo quiso,
familiares muy lejanos
con olfato de gran oso.
Llegaban ramos de flores,
de rosas no había ni una,
claveles y margaritas
adornadas con lentisco.
En medio de aquella calma,
se coló un inoportuno
comentario de la herencia:
terrenos, piso y billetes;
había paz y armonía,
hasta ese mismo momento
que estalló la misma guerra
y allí todos se mataron.
¿Donde acabó tal herencia?
dicen esas malas lenguas
que muy felices estaban
las monjitas del convento.