Antonio Martín

El sagaz tío Curro

En lúgubre velatorio, 
con el difunto presente;
¡el huraño tío Curro! 

Tristes eran las miradas, 
aunque algunas sospechosas,  pocas lágrimas brotaban
y mucho las apariencias. 

Todos querían al tito
y en vida nadie lo quiso, 
familiares muy lejanos
con olfato de gran oso. 

Llegaban ramos de flores, 
de rosas no había ni una, 
claveles y margaritas
adornadas con lentisco. 

En medio de aquella calma, 
se coló un inoportuno
comentario de la herencia:
terrenos, piso y billetes;
había paz y armonía, 
hasta ese mismo momento
que estalló la misma guerra
y allí todos se mataron. 

¿Donde acabó tal herencia?
dicen esas malas lenguas
que muy felices estaban 
las monjitas del convento.