Golpe de mar

Que pasen de uno en uno

 

Cojan turno, la consulta está repleta.

Nevermind...se atiende por gravedad y no por orden de llegada.

En urgencias se aprende a ser solidario.

Sino lo entiende, Seguridad se lo explica con unas llaves, sin dibujitos.

 

Hay epidemia en mis pilotos, están ciegos y alterados.

Ya no transportan valor alguno y apenas un may-day

con la torre de control. 

 

Tratamiento no hay. Mientras, de sus fauces,

espumarajos tóxicos y dientes en múltiples hileras,

tratan de atrapar histericos cualquier consuelo imaginario.

Garras que ahondan hasta los vasos más profundos

obligan a atarlos con correajes monstruosos, inhumanos.

(Por su bien... )

Las escamas coriáceas apenas se ríen de este mal trago.

 

No son pilotos al uso; si hacen huelga es de las chinas.

Tampoco tienen licencia de vuelo, 

pero han sabido estar en todas las grandes gestas.

Protegidos de sí mismos, demasiado poder en su entropía.

 

Yelmos, corazas, armaduras, grilletes y cadenas

Les permiten los movimientos justos para un vuelo con seguro. 

Por un tubito se les daba la papilla predigerida.

 

Tienen nombre y apellidos, y también antecedentes.

Descalibrando la ruta están Mentira, Deshonra, Vergüenza, Vicio y Desidia, 

entre otros malsonantes laureados. 

Todos imponentes, cientos de músculos hipertrofiados, por lo visto.

 

En cama de fuerza, reciben atenciones, estudios, experimentos, anestesiados casi hasta el coma.

Tratan de aliviar peso en mi inframundo

y la balanza rectifique, blanco y negro equilibrista, como un código QR.

 

Su alimento impera. 

Contentarlos, las barrigas llenas los relajan

y poder así intentar sosegar sus peticiones, 

Atajar su enfermedad enaltecida por aquel rencor astuto que se cuela por el duelo que forjó todas sus corazas de alimañas.

 

Brasas candentes, cadáveres putrefactos, ensaladas de gusanos.

Les suelen gustar.

No hay descripción exacta de sus porqués y para qué, sólo un miedo que los mantiene armando filas.

Sus naves, siniestradas en páramos baldíos,

con los bajos destrozados por tales tomas tierras, lloran silenciadas una operación rescate, vestida de plomo.

Su existencia es ya algo imprescindible, 

evitar la calamidad del humanista reflexivo.

 

Habrá que acotar el campo de tiro

y sacar de allí todo lo grande en un pequeño macuto.

Ya luego que campen a sus anchas, se acribillen entre ellos, eso ya no importa.

 

Y cuando termine la contienda, recogerlos con una pala, sanar a los no muertos; 

Para los desgraciados, celebrar su despedida en la desaparición de este escenario, ojalá que para siempre (la nigromancia es un arte incontrolable).

 

Ni la tumba se merecen.

 

Que los buitres anfitrionen el caos del nuevo orden.

 

Descompuestos y entre tierras, brotes verdes.

Sudor y fucha, y animosos chillidos aguileños, 

mis anelos de paz, al sol de la mañana, con hambre de pan de leña, con la ayuda de manos pequeñas, un radiocasete con Rock FM, y agua con burbujas naturales que un gran señor me fue a buscar.

Así acaba su reinado, hasta el nuevo lunes a enfrentar. 

 

Cientos de guerras, el mismo resultado.

A esto es lo que llaman \"dependencia\".