Con tu imagen calcada
En los dedos de mi alma,
Conté cuántos eran
Los ayes de tu agonía.
Vinieron flores y mariposas
Pero ninguna era azul.
Escondí pedazos de nubes
En la playa de tus recuerdos.
Marqué los compases
De quiméricos valses.
Y brotaron burbujas de angustias
En la punta de una estrella.
Yo sentí cómo gritaban
Las piedras y los geranios.
Me goteó el rocío
En la intemperie escondida.
Se ocultaron tus poemas
Y te quedaste sin vida.
Desde que escuché los ayes
De tu agonía, querida,
Esperé tu resurrección
En la lápida del tiempo.
No tienes nombre. Pasado ni presente.
Sólo una muerte… esperando otra más.