Gris claridad, nubes de invierno.
Hay en la arboleda un misterio
y en mis ojos un desvelo.
Las calles secas tienen la templanza
de los muertos.
El viento gira recóndito
en un horizonte de pena.
Orbita una garza en lo lejano,
mis ilusiones van con ella,
como cruza el viento
el umbral de una estrella.
Entre las nubes muere el sol,
ojo anciano y negro.
¿Por qué la tristeza se amontona
en el pensamiento?
¿Quién apaga la lumbre
en la morada de los sueños?
Todos los tardes alguien viaja,
con su valija doliente,
hacia los confines del misterio.
Ya parece mi alma para la muerte
una mariposa, atónita,
que al crepúsculo vuela siempre.
Ya se duerme mi corazón
en la madriguera triste de lo humano,
y esta inquietud insistente,
de improviso, en lo alto,
me abre una flor tenebrosa
en el pensamiento enajenado.