Acaríciame
que la hora aún no es amarga
y la paloma del pecho
está callada.
Pronto acaríciame, antes que
la congoja abra
su capullo venenoso
y reseque mis entrañas.
Acaríciame,
quiero sentir tus manos
dejar en mi frente la huella
dulce de lo insospechado.
La brisa viene de lejos, iluminada,
y deja en nuestro amor
semillas de nostalgia.
Acaríciame, que mi corazón
está herido de porvenires,
y sólo tus manos mitigan
la incertidumbre triste.
En tus ojos veo
el misterio de los cisnes,
deidades de los lagos,
pureza simple.
Tus manos, palomas de fuego,
se hunden en mi dolor oscuro,
y van dejando las brasas
de lo absoluto.
Tus manos descubren tu alma
de luz y de luto.
Hay en ti una lucha de fuerzas,
conviviendo en lo profundo.
Acaríciame,
que voy cayendo en la fuente eterna
del lamento y la abeja del pecho
no halla flor para su senda.
Tus dedos, dagas blancas,
hacen jirones con mis penas.
Acaríciame,
que recostado en tu pecho percibo
el murmullo de la vida,
desde lejos.