Apenas él le amalaba el noema,
a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias,
en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.
Julio Cortázar
Yo le amansalaba la vasila
con la punta de la visola,
envuelta en rosas y ampolas.
Ella se amonotaba sobre mí,
como una safiera engalocipada.
Yo tenía la sed de un gáfruno,
desamanturado, y el hambre de un ávida;
ella, el fuego del sóplano
incrustado en sus pietrizones
y la furia tormielada
en medio del bulboceráseo.
Su mano en la mía supretada,
los cuerpos entrepalados;
los dedos en la sicumbra de la boca,
dibujándola una y otra vez
hasta el crémbulo de un beso engalapitajado.
Yo subjeaba sus muslos
de tierra hendulia y perfumada,
como si mi viderilia dependiera de ello,
y ella, en mi escaparalda,
hundía sus uñimerías
y me decía que me amaba
con los ojos enhamparados.
Yo la quise y ella me quiso
hasta el fin de los cariompes.
Juntos fuimos una estriope;
una sola carenola,
un solo beso de buenas noches.
—Felicio Flores