LS9

A una emigrada que me desconoce

Acabo de leer 
el gran libro de Bioy Casares:
La invención de Morel.

Desde el comienzo, presentí 
cómo las huellas ocultas entre los pastizales 
por el prófugo de la justicia, apuntaban hacia mí; 
y cómo en tu mirada inmóvil coincidía
sin coincidir –como los dos soles de la isla–
la mirada de Faustine.

En esta historia no existe 
la máquina que repite 
el baile de tu vida,
escogida en una semana, 
para proyectarla hasta
la eternidad del salón.
Me encuentro sin las mareas,
sin el viento del que depende
el retorno sin falta 
de tu imagen
guardada en aquel motor.

No pretendo pedir a Morel ni a Casares 
los planos de la inédita máquina,
para conservar tu luz estática
a salvo de las manchas solares.

Igual, no te podré grabar: dejaste
mi isla, seguiste el camino de Faustine
para tropezar con tus recuerdos aquí;
en tu nuevo país ya te olvidaste.

Como el fugitivo, llegué a tu fiesta 
tarde, como él te amé y me molesta;
pero sobre todo nos sentimos ridículos

por no dirigirles las palabras,
ni encontrar una razón que abra
nuestros corazones a sus círculos.

Solo pido, imitando la última petición
del fugitivo, ya enfermo y moribundo,
una máquina para entrar en la conciencia
de tu mundo.

Aunque nos cruzamos tantas veces
¿en alguna ocasión me viste?
Sospecho que ni siquiera notaste
mi sombra de hombre triste.   

Tras los muros de mi poesía me quedé 
sin más remedios. Nunca volveré a alargar 
los segundos con tu contemplación,
no te devolverá el mar.

Pero aquí me acompaña la máquina
de mis sueños. Cuento con mi invención:
la poesía que resguarda contra los vientos
la inmortalidad del corazón.