La muerte, como un árbol seco,
del esplendor al calvario,
engalana a las hojas del recuerdo
que una a una van cayendo
hasta que en el olvido se van perdiendo
en la tierra hecha cementerio.
Así pasó con el ahuehuete de la historia,
que por presenciar la caída
del conquistador derrotado,
fueron años de gloria para los ahí plantados,
pero poco a poco se fueron secando,
sus hojas cayeron como el rocío
que por las noches besan
agradeciendo al infinito
y es en el recuerdo absorbido por el polvo fino
donde yacen ahí, unos y otros, más allá del olvido
y con un viento terso llevándose su destino.