El navegante
quedó muy sorprendido
al ver la playa.
Las olas mansas
rompían en la orilla
con las resacas.
Luego, indolentes,
sus brazos se estiraban
por las arenas.
Unas gaviotas,
sin prisas, contemplaban
aquella escena.
Un cuadro mágico,
se alzaba ante los ojos
del navegante.
Y hasta los cielos,
azules, se asomaban
para adornarlo.
Nuestro marino
volvía de muy lejos
después de un tiempo.
Días de frío,
de cañas y de pesca
sobre las aguas.
Y en sus pupilas,
brillaban mariposas
de mil colores.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/07/22