Estuve parado al final de unas vías
Mirando con nostalgias, ansioso
Por ver llegar a la amada eterna
De mis días y de mi muerte.
Esperé, miré, y caminé esperando.
Debería llegar en instantes.
Cada rato oteaba la distancia
Que separaba el horizonte
De mi vista entrada en lejanía.
Fue como un siglo la espera;
Como un aleteo del universo
Para la creación de estrellas
Y también la tierra que pisaba.
Caminaba y recorría los hierros
De esa vía de trenes, atormentado.
Debe llegar, decía y mis ojos
Ya estaban nublados, cansados.
Debe llegar, abrazarme y decirme:
Aun te quiero, te amo, te admiro.
Cuando la vi venir hacía mí,
Usaba un vestido floreado,
Como su nombre, su identidad
Que era de amores y virtudes.
Ya estaba abriendo los brazos,
Para el abrazo enredado y fuerte,
Se esfumó como la niebla
Que estaba como testigo.
Allí pude gritar su nombre
Con tal fuerza que parecía
Sacar de los clavos los rieles
Y los vientos se volvieron suaves,
Porque mi voz fue mas intensa,
Que la tormenta que venía.
No llegó junto a mí.
No pude darle el abrazo
Esperado ni el beso tibio del amor
Que un día de invierno compartí.
Los vecinos fueron testigos de mis gritos,
De mi soledad; ya no pude amar, amando.
Solo mi voz tuvo eco en la distancia
Que hasta hoy me acompaña.
Es por eso que cada noche tengo un sueño.