Estaba yo, contemplando el horizonte,
bello, a la hora del ocaso,
y vi tu silueta dibujarse
entre los rayos del sol,
y tu carita arrebolada
al notar los ojos, que curiosos te miraban
Al verte, sentí el estremecimiento propio
de aquel, sorprendido en el pecado,
al acercarte, sentí mis venas dilatarse,
aceleró sus latidos,
mi pobre corazón, enternecido
y pensé, no lo puedo negar, estoy enamorado
¡te quiero!, te quiero, como cuando
me enamoré por vez primera,
sin pensar las consecuencias
ni que es un disparate,
porque no soy libre de amar
soy un hombre casado y feliz.
El aguijón del amor, clavóse en mi pecho
y sólo puedo pensar en ti.
sin importarme si me amas o no.
Sé que tendré que amarte en silencio,
verte y adorarte, como a una santa en el altar.
de noche, acariciarte y besarte sólo en sueños.
de día, buscar consuelo, en recordarte,