No hay como dormir
con los ventanales abiertos
a la montaña y al cielo estrellado,
con tan solo el sonido
del suave discurrir de un río
y el aullido
de quizás algún que otro lobo tardío
que le molesta la luna para cazar.
Y al amanecer,
despertar con el reflejo tenue del sol en la cima,
el canto de los pájaros
o el maullido
de un gato montés en la ladera.