Escribo adiós con un profundo
sentimiento de dolor, y de desesperanza.
Te escribo adiós porque no sé
si esta noche podré despedirme
del deseo de abrazarte.
Te escribo adiós, porque al hacerlo
no sé si le escribo a un amor o a tu recuerdo,
o a mis sueños infantiles,
si a mis horas de ocio y desvelo,
si me estoy despidiendo de la vida,
o si me despido tan solo del recuerdo
que guardé hasta el día
que decidí seguir viviendo lejos de ti,
o si me estoy despidiendo
de mi amor de hoy día,
o si a mis hijos digo adiós
porque hasta luego implica
una esperanza de retorno.
Te escribo adiós con las lágrimas
que inundan mis ojos cuando advierto
que a mis años me sonrío
como el niño que fui, de las mismas
cosas absurdas que me causaban
risa y asombro, cuando tuve cuatro años.
En un tiempo que sepultó la necesidad
de ser fuerte y enérgico y despiadado
a lo que nunca creí llegar a ser indiferente.
A la muerte. Esa insoportable compañera
con la que discuto a diario
disputándole el soplo de vida
del enfermo en turno.
Escribo adiós al compás del Intermezzo
de Ponce para piano, que me trae
evocaciones del amor que se resigna
a la prematura muerte de un amante
y un amor.
Escribo adiós al compás de las notas
de una Sonata de Beethoven
perpetuo enamorado del amor idílico.
Adiós te escribo en esta noche
dejando que sean mis dedos
los que recorran tu figura,
con la torpeza del amante núbil
con la pasión del amante que insaciable
busca los labios donde perpetuarse.
Te escribo adiós al son de un vals
de Villanueva, aquel que abandonó
esta vida poco después de cantar
melancolía en sus notas.
Escribo adiós con el profundo deseo
de escribir poesía.