Corrió, corrió, corrió y… ¡pumba! Se cayó Ramiro, de nuevo.
Dice que quiere volar como un pájaro e inventó un par de alas con las ramas de un árbol. Siempre fue inquieto; debió querer ser una hormiga y no un pájaro.
Es la quinta vez que intenta volar el día de hoy y está muy lejos de sentirse frustrado. Se lo ve muy atento, reparando sus alas; como si fuera un ingeniero aeronáutico, se toma muy en serio su trabajo.
Cada vez que falla, vuelve con más fuerza. Pienso que cualquier día saldrá volando de verdad; le ganará a la física por insistencia.
La abuela lo llama, es la hora del almuerzo. El chico come apurado, ensucia el mantel, su ropa, el suelo. La abuela le dice que parece un cerdito y se levanta la punta de la nariz con el dedo, a lo que se ríen los dos.
Cuando terminan de comer, Ramiro se baja de un salto de la silla y sale corriendo a buscar sus alas.
Allá va de nuevo: unos ajustes aquí y allí. Parece que esta vez está decidido a emprender vuelo, el pequeño hombrecito, lo veo en su rostro. Tiene la mirada fija en un punto en el horizonte; llena su pecho de aire, abre los brazos, corre, corre, corre, salta y…
—Felicio Flores