¡Quien dijera!
Que tú misma aquella tarde preparaste tus maletas.
Empacaste tus ideales, tus presagios, tus tristezas
y en el sopor del verano alzaste el vuelo
con el roce de tus alas encima de sus cabezas.
Y te fuiste
solitaria entre el tumulto de aves nuevas,
bajo un cielo de inquietudes,
anidaste entre tus miedos, sinsabores y mil pruebas.
La nostalgia no hizo eco,
en tu pecho no hubo huellas
del pasado, del derribo, del cansancio, de las eras.
Los cristales de tus alas se tornaron en saetas,
de metal fueron coraza,
olvidaron la tibieza.
Y volaste
más allá de toda infamia, por encima de las necias
falsedades de los hombres, sus costumbres y creencias.
Sin embargo, no volviste,
el verano no te trajo de regreso hasta tu selva
porque inerme
en la red de las pasiones te atraparon sin clemencia.
Fuiste presa
de las armas invisibles del amar por inconciencia.
Quien dijera
que una tarde sucumbiste, como pétalo en la hierba.
Sola y triste.
Golondrina de verano, que murió en la primavera.