No habrá ningún guerrero que iguale la batalla,
sangre muy indígena resalta al movimiento:
aquellos carniceros tan dueños del portento,
pudieron invadirte, jamás dieron la talla.
Forjaste cual imperio de toda Suramérica
que tuvo a Cayocupil, Paicabí y Lemolemo;
el paso de Tucapel, Colocolo y Gualemo,
Millapurué, Elicura; la sorpresa de América.
América gran patria, Lincoya la gran dama,
ambas muy valientes, confesa el Andalicán.
Por estos versos vienen llegando con la flama
soldados con Olgolmo… falta, Caupolicán.
En la decente ocasión se dio la puesta al Sol.
Caciques convocaron la lucha empedernida;
echaron troncos encima valientes por su vida
porque era para luchar contra el diablo español.
De pronto la figura sorprendió aquel convento,
como guerrero ufano tendido en el afán.
Faltaba un ojo al hombre sin luz de nacimiento
y en fuerza le sobraba vigor de capellán.
De cuerpo riguroso, Caupolicán llegaba
a ver la gran propuesta de caciques mentados.
Buscan representante por su mente pasaba
aceptando la apuesta de los ya mencionados.
Echó el leño en sus hombros, ¡oh, dulces maravillas!
Los grandes oponentes dudaban del intento.
Caupolicán, el tuerto caminó muy contento
y durante tres días, superó las cartillas.
Encargados de tribus premiaron su estupor
y le dijeron: – ¡Jefe!... ¡cambiemos nuestra historia!
Caupolicán responde: ¡conquistemos la gloria,
frenemos al invasor, por la sangre y el honor!
El pueblo satisfecho luchó con él constante
enfrentando al invasor que nuestra dicha encierra.
Murió Caupolicán; pero nos deja el semblante:
el cuerpo altiva lucha, la sangre abono en tierra.
Samuel Dixon [16/07/2022]