Pon la oscuridad
donde pueda verla,
sobre la rosa estoica
del despertar
o las aristas del grito
en el embeleso
de la amapola.
Y con este iluso lapsus
de nunca querer
morir en la tierra,
baste lamer el canto
de un ruiseñor
rasgando la encía
del aire,
o escuchar
el anuncio que da la claridad
al crujir de las horas gemelas,
alternando posesiones
de un canon hímnico
lleno de desnudeces
y brillo arcano.