Un día cualquiera,
las tres de la madrugada;
decide el poeta
acudir a su cama
para descansar su cuerpo,
para reposar su alma…
¡Duerme, poeta, duerme,
que la poesía te arrulle el corazón,
que Safo te acune con sus versos,
que las musas te canten una nana …
a la nana, nana; a la nana, na;
duerme poeta,
duérmete ya!
A las siete de la mañana
un estridente ruido
se cuela por sus oídos:
el despertador no perdona
los sueños de un poeta.
Cuan zombi se levanta,
como fantasma se ducha
y luego, mientras se disfraza
para vivir en su vida cotidiana,
quiere recordar lo que la musas
en sueños le dictaron
mientras él abrazaba la almohada…
¡Pobre poeta! Cómo llora por dentro
porque no recuerda nada…
Pasa el día laborando,
haciendo lo que los demás hacen,
y comiendo lo que ellos comen,
y callando lo que otros hablan,
y maldiciéndose por dentro
por no recordar aquellas hermosas palabras
regaladas la noche pasada…
Regresa de su trabajo el poeta,
taciturno entra en su casa
y sin pausa alguna
a las letras se vuelca.
Lee a otros como él;
poetas como él,
malabaristas de palabras,
pintores de sentimientos
… y llora con ellos,
y con ellos ríe,
y con ellos sufre,
y con ellos se ilusiona,
y con ellos se derrumba…
¡Total empatía!
¡Fusión de corazones!
Las horas pasan muertas
mas llenas de vida para el poeta
y a llegar a las tres
-“¡No puede ser!”- se dice otra vez
tal como lo hiciera ayer,
tal como lo hiciera anteayer,
tal como siempre hizo
y se vuelve a engañar a sí mismo
diciéndose que son las doce y diez..
Pero presto acude el cansancio al poeta
y la historia se repite una vez más,
esa historia que nunca queda completa…
A la nana, nana; a la nana, na
¡Duerme poeta,
duérmete ya
que mañana,
-ya sabes-
otro día será!
A la nana, nana; a la nana, na.
Un día cualquiera,
las tres de la madrugada…