Igual que una alegría se oxida de no usarla
así también
las lágrimas prescriben y al buscar nuevas rutas
terminan coagulándose.
A menudo me encuentro en las aceras personas que conozco,
gente amable, con rostro juvenil pero que llevan
cicatrices antiguas en los párpados,
no son suyas, me digo,
acaso sean adeudos que firmaron en piedra los escribas
de sus antepasados,
acaso sean los restos que dejaron dos siglos de utopías marxistas,
los muertos con sombrero de copa o las acacias
que sueñan pesadillas.
Mejor aún, recuerdos
colgados en el alma como agudos carámbanos
esperando a que alguien
-un broker o un cantante atiborrado de wisky-
los redima.