Doblezero

ALEJANDRÍA

 

 

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En el pueblo de la historia
que relata el verso había
doce carros cuatro mulas
y una antigua aceitería.
Apenas tenia nombre
en lo ancho de Castilla,
era como un espejismo
a los lomos de esa brisa
que ondulaba con su falda
los trigos de la calima.
Un caminante de mundo
llego a la aldea perdida
entre una nube de ojos
tras su cabello a ceniza,
¿quien sera? curioseando
susurraban las esquinas,
¿que busca este caballero?
por esta tierra perdida,
¿que le trae por estos lares?
murmuraba una vecina.

Bajo su cielo de alondras
tejas rotas se escondían,
él buscaba alguna plaza
con el sol de mediodía
contemplando las fachadas
de un pueblo que parecía
detener el son del tiempo
con su lenta melodía.
Ser cortes fue su bandera,
recia espalda, frente erguida,
por su tez de firmamento
quince mil lunas yacían,
en su cara brilló el cuero,
en las manos dos encinas,
sus piernas eran caballos
y ese vello a manzanilla
entregaba sin descanso
el dorado en hebras finas.

Tengan calma los lectores
que la entrada es necesaria,
¡Dios me libre de aburrirles!
pero este fue el panorama,
pues mi anhelo es situarles
en su aldea bienhallada.
Ahora toca irnos al grano
que el señor halló en la plaza
un lugar donde hospedarse
un hostal de cinco camas
cuya dueña, ¿como no?,
era también una anciana.

Entre la ingesta de gatos
que en las tardes afloraban,
que si boinas en los bancos,
que si un garrote, una azada,
y un farolillo oxidado,
que allí el tiempo se paraba
para sentarse a tu lado
y cada día te contaba
una historia del pasado
de la mili o de las cabras.

Era un pueblo sin noticias
y las pocas perduraban,
sus estrellas eran grillos
y una dalia por mañana
subía a un cielo de gallos
afinando sus gargantas
desde corrales vallados
de una aldea de cal blanca
con su fuente de granito,
un pueblo de lengua larga
una villa de ojos chicos
con cien frentes arrugadas
y los días confundidos
donde la vida se estanca
y aun así, yendo de paso
allí pasó dos semanas.

Ya sabiendo las costumbres
su curiosidad saciada
le rogó a nuestro viajero
cinquenton que se marchara
a continuar buscando
el misterio que empujaba
a sus pies a andar p'alante
pueblo a pueblo, plaza a plaza
a encontrar un paraíso
un tesoro o una dama.

Un catorce de septiembre
dispuso en el almanaque
un azul claro y extenso
en un cielo deslumbrante
y al plantar su primer paso
bajo la acera el viajante
mariposas en ayunas
vinieron para adornarle
la calzada al forastero
al tiempo que el recio arce
perdió una de sus hojas
que cayó como por arte
de una magia caprichosa
junto al mas bello semblante
que habían visto sus ojos
de Galicia hasta Alicante.
Él era un hombre de mundo
y a su mundo vino un ángel.

Ella era una jovencita
veintiocho años restaba
al señor de los caminos
con sus canas ya criadas
bajo sombreros de ante
que su testa adornaban.
Ella tenía la esencia
de la feliz ignorancia,
ella cuajó adolescencia
con su pícara mirada,
vino el aire a su melena
el sol a la porcelana
de la seráfica mano
que apartaba de su cara
el flequillo mas dorado
descubriendo las dos dagas
de unos parpados soñados
por la misma Cleopatra.

Él era un hombre maduro
y ella era una jovencita
en un pueblo para mulos
¡ vaya una dicotomía !,
por suerte era tan pequeño
que no había policía
pues a ella le embelesó
su áurea de sabiduría,
a él lo propio le ocurrió
con su cintura de brisa.
Vino el carro del amor
por la tarde fue la cita
destrenzaron la amistad
dibujando sus sonrisas
y al tejer en soledad
lazos de su compañía
descubrieron de verdad
la gema de la alegría.

Se destroncaba el lugar
dos corazones latían
y al surcar el nuevo edén
con alas de diorita
entre celosas culebras
flagelando lenguas bífidas
la madre naturaleza
sus antojos disponía.
El romero de las rocas
de color verde crecía,
se emborrachaban abejas
con polen de margaritas
al par que el señor alcalde
mil informes requería
descuajado por el cura
el granjero y Josefina:
"¡que indecencia! fíjese
Don Andrés ¡no lo permita!,
él es un hombre granuja
y ella nuestra princesita".

Como otoño de las hojas
sus afrentas esparcían
y al pasar junto a la iglesia
a la hora de la misa
un congreso fue de labios
con cicuta en la saliva
rezumando sus desaires
como si fueran avispas.
Y enn roseta vino el bulo
cual hojas de siemprevivas
fueron chisme las ventanas
y lengua las barandillas.

Ella entonces se giró
con aires de gallardía
espetando a las señoras
"Mi nombre es Alejandría
y con él he disfrutado
del sabor de la alegría
así pues le doy mi mano
cada noche y cada día,
pueden ustedes señoras
seguir con su cacería
que yo seguiré a su lado
para el resto de la vida”

El galán impresionado
por la roca persuasiva
que lanzó de corazón
y esa gracia impulsiva
su joven hecha pasión
y una firmeza abrasiva
no quiso mas que añadir
con dulce galantería:
"No les pido que comprendan
soy consciente que querrían
imponer su propio orden
pero el caos se maravilla
con el trazo delirante
de las yemas de la brisa.
Asi pues dejenlo ya,
heme aquí en la fantasía
nadie podrá convencerme
ni en esta ni en otra vida
cuando todas las gaviotas
del océano habitan
en la extensa partitura
de mi amada Alejandría".

 

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