Aún no clareaba en mi ventana,
ni un rayo de luz se levantaba.
Tras la negra noche,
apenas encantada
por un reflejo claro que
entre nubes se asomaba.
Como gesto ritual,
con mano izquierda,
Tomé el reloj y
olvidé la pereza.
Un suave aroma a tierra fresca
llegaba desde la húmeda acera.
Siete cascabeles que movía el viento y
el murmullo de rodar por la calzada
trajeron melodías al alba
para ponerle ritmo a la esperanza.
Con pies abrigados salí de la cama,
el retrasado sol que se me negaba.
Dos tostadas calientes con miel de caña
y tras el humo del café…
ví romper la mañana.
Hice cuatro cosas
que estaban pendientes,
me vestí elegante y lave mis dientes.
Al abrir la puerta…
di la última vuelta,
vi que la casa quedaba desierta.
Sin ninguna pena cerré con dos llaves,
para estar segura,
le puse dos vueltas.
Deje encerrado el vacío,
la soledad y el silencio.
Y es que en esa noche,
donde sobraba cama,
faltaba ese abrazo que
atraviese el alma.