Aunque aún no te he visto,
te percibo y te siento en el aire que respiro;
te veo en cada mañana que se levanta
y en cada noche que se apaga.
En la rosa que por la mañana
extiende sus pétalos al sol,
yo te siento, te veo y te contemplo.
En el canto de cada avecilla,
en el ruido de los árboles
yo oigo tu voz y capto tu mensaje.
Todas las mañanas cuando me levanto,
doblo mis rodillas ante el Altísimo:
le hablo de ti y le hablo de mí.
En cada página de mi cuaderno
tengo escrito tu nombre sagrado,
porque, simple y sencillamente: ¡te quiero!
En todo lo que existe yo te veo y te palpo...
Estás en el aire, estás en la lluvia y en el calor...
Yo aspiro tu olor en el olor de las rosas.
Yo siento tu calor en los rayos del sol
y atisbo cómo me abrazas en mis sueños.
En mis crisis y prolongados sigilos
estás presente junto a mí, a mi lado.
Siento muy cerca tus manos blancas,
te veo y te sonrío.
Veo tus mejillas rosadas
en cada granada de mi jardín.
Donde voy estás, donde estás voy.
En mis cortas horas de receso,
te pienso y quisiera a mi lado tenerte
para tomar juntos un café.
Ya te quiero y te amo sin tenerte.
Pero deja que aun en tu ausencia
este loco sienta y crea en tu presencia.
Aunque aún no te he visto...
yo te imagino a mi lado
cuando el sol a su ocaso se dirige así:
Reposada en mis brazos con tus ojos cerrados,
y besándote con besos delicados,
la brisa pegándonos con acento bravío,
y el silbido del viento amigo,
como música de fondo de nuestro encuentro.
¡Oh, ahí te amaría tanto!
¡Tanto como nadie aún lo ha hecho!