Mi profunda soledad me llevó hasta tu encuentro.
Tu silencio se animó a charlar con mi nostalgia.
Mi ansiedad se agobió de tanta pena
y sentí inundar todo mi ser de sufrimiento.
Respiraba en el ambiente un gran vacío,
un inmenso sentimiento de impotencia.
Mi mirada no dejó de contemplarse en el abismo de tus ojos.
Tus recuerdos coincidían con los míos.
Mis latidos se fundieron con los tuyos.
El reloj sincronizó con precisión el momento del reencuentro,
parecía tan lejano…
y ha llegado justo el día de tu santo.
Lo espere por tanto tiempo…
que no sé si llorar de la emoción…
o sonreír de gratitud,
y hoy que estoy ante tu imagen…
como tanto lo soñé…
aún me invade este dolor de tantos años de distancia.
Fueron muchos…
y no he podido tener paz desde ese instante…
desde aquel momento cruel de tu partida.
Todo fue tan insufriblemente triste,
destrozó mi corazón tu muerte extraña,
era un niño…
y no entendía todavía el porqué de tu abandono.
Y así viví cuarenta años…
reclamando tu presencia al firmamento…
sin respuesta,
y la vida me llevó por todos lados,
me alejó de tu camino muchas veces…
pero siempre regresaba al campo santo…
a buscar algún consuelo.
Arrepentido me tiraba de rodillas
a implorar que me perdones.
Así fui transitando sin sentido,
sin ninguna explicación a mi destino,
hasta el día en que Jesús llegó a mi vida.
Me llenó de su luz y de esperanza…
y me dio ese don... el más preciado…
la humildad de reflejarme en sus designios.
Y quitó por fin la venda de mis ojos.
Desde entonces…
he soñado nuestro encuentro postergado.
Comprendí que la muerte no es el fin de esta historia…
sino el fino y verdadero propósito de todo.
Quien diría...
mi ansiedad hoy siente alivio…
me mostró la verdad de su amor…
y ahora sé sin vacilar…
que todo aquello que sufrí…
esculpió mi corazón de tal manera…
que hoy no queda duda alguna…
que tú estás junto a Dios…
allá en el cielo,
y que mi única ilusión
es muy pronto estar contigo…
compartiendo tu infinito…para siempre…
para siempre.