En la noche oscura y fría
todo el pueblo está desierto;
hay un gato en la vereda
y en la calle silba el viento.
En un bar de tenues luces
unos cuantos parroquianos
se consagran a las copas,
de sus penas refugiados.
Entre tangos y milongas,
en la pista improvisada,
las parejas se congregan
y sus cuerpos entrelazan.
En la esquina de la barra
ella está sentada sola
sin mirar a ningún lado
meditando frente a un vodka.
A pesar de su misterio
no se arriesga ni un cortejo
pues más vale una ilusión
que un fracaso bien concreto.