Cuando solitario bebo, el bien llamado Dios del olvido, pienso en la generosidad del Todopoderoso, al darnos este vino, que si a veces acelera el corazón, otras, nos hace añorar tiempos mejores, que incansables van y vienen por ese estrecho sendero, que son los recuerdos alegres, y el ancho camino del dolor y la pesadumbre, que sirven para comprender el alma de un mal llamado, poeta tristón, que ya transita los últimos tramos de su vida. Cansado y abrumado, con un montón de pájaros que vuelan por su cabeza, invitándolo a escribir lo que sea, pero escribir.
Cuando pude ser feliz con mis hijos, trabajaba duro, para que nada les falte, al volver a mi hogar, los veía ya dormidos y me arrimaba tembloroso a besarlos con temor a despertarlos. Adolescentes, no era fácil encontrarlos, estudiaban o estaban con sus amigos. Hoy me arrepiento del poco tiempo que les dediqué, no entendía que la felicidad está más en el ser, que en el tener. Juan Pablo II, dijo que las mejores horas de la vida, está en compartir con los seres que uno ama, escuché tarde sus consejos.
No hay en el mundo, quien ame la soledad obligada, con los años, que son muchos, mis amigos y algunos seres queridos, partieron de este mundo, voy quedando sólo y con achaques. Me duele el vacío existencial, al que estoy condenado, que me hace transmitir a través de mis letras, desconsuelos y aflicciones, cuando no, recuerdos dolorosos. Les pido comprensión y paciencia, la musa alegre murió con mi juventud, hace ya mucho tiempo. No creo en su resurrección. Que Dios y ustedes me perdonen.