No me compares ni en chiste
con las mujeres sensuales,
las que despiertan lascivia
y que provocan desmanes;
tampoco con las hermosas
y que por ser singulares
viven sólo de apariencias
respirando vanidades,
que en vez de afirmar tus pasos
te empujan hacia el desastre.
Compárame con las damas
que no viven del alarde,
que no te endosan los besos
como monedas de canje,
aquéllas que no te endulzan
con sonrisas de farsante
y que no son sanguijuelas
que te succionan la sangre
o de esos buitres pancistas
que te devoran las carnes.
Compárame con mujeres
que son verdaderas madres,
las que cuidan de sus hijos
con empeño inagotable,
que constituyen su casa
en prioridad y baluarte,
que te respetan y admiran
por tu intelecto y tus bases,
demostrando que le importas
con sus hechos y detalles.
Compárame con las hembras
que trabajan con coraje,
que dejen grato perfume
por cada lugar que pasen,
con aquéllas que te elijen
valuando tus cualidades,
las que comparten tus sueños,
problemas y locos planes;
¡que siempre estarán contigo
en abundancia o en hambre!