Nuestro continente nos grabó esa palabra
con un estremecimiento.
Rostros olvidados visitan mis recuerdos
y forcejean en mí sus lágrimas,
lejos de sus pozos secos.
Por eso me duele dedicar esa palabra
a nuestros héroes perdidos,
a la espera de su encuentro.
El mismo participio para dos
situaciones distantes en alma y tiempo:
allá los extravíos bajo orden del gobierno,
aquí sin saber qué hacer
para ordenar el regreso.
Allá los custodió la muerte
y aquí luchar por la vida
ante la furia del cielo,
lo hizo absorber la sangre
de hombres hechos de fuego.
No es el agua: solo sus llamaradas
los sostienen frente a un horno
de 300 grados Celsius.
No creo mucho en las palabras
y propongo la sustitución
de aquel maldito término
por uno que rinda honor
a esos hermanos nuestros.
No tengo la genialidad ni la arrogancia
para fijar la nueva contribución al alfabeto.
Cada cual busque en los bolsillos de su corazón
los ingredientes del vocablo que desata
la certeza de que ellos no se fueron.