Alberto Escobar

Así es la muerte

 

Me vino la muerte a ver, la cogí de las solapas

y le dije que se fuera a menos que quisiera que

le diera muerte en ese momento.

 

José Hierro. 

 

 

 

 

 

Estoy de bajón.
Siempre me han dicho, y lo sé,
que la muerte es el contrapunto.
Es como los escaques de un tablero
de ajedrez, cuya sucesión blanquinegra
entraña vida y muerte; vida por el blanco,
muerte por el negro ¿ Y por qué no al revés?

La muerte es un personaje,
es tan cotidiana, tan de andar por casa
que el arte no hace más que representarla
antropomórficamente, bien sea una vieja
bruja con tijeras afiladas, bien sea esqueleto
o calavera con una inscripción al pie que reza:
\"Memento mori\", recordando la necesidad
de vivir, del carpe diem, de desterrar y destetar
todo aquello que entraña dolor, sufrimiento.

La muerte es un sueño, un imago que a propósito
de una cabezada profunda surge de las entrañas.
Un giro segismundiano, porque la vida también lo es,
un Hamlet en una mano y una recitación sentida
en la otra burlándose de disquisiciones filosóficas
muy en boga en la época pero que a nadie importan. 

Es la muerte a veces un espejismo —como este 
que pergeño de costumbre y que consiste en dar
apariencia de poema a aquello que ni por asomo 
la tiene; se trata de jugar al despiste en definitiva.
Es también un óbice necesario para que la vida 
disfrute de su extenso y exuberante asentamiento, 
de una presencia inconcebible en un planeta 
tan insignificante en el orbe universal y circundante,
cuyo verdazul es varita mágica de un dios que no existe. 

Mi querido José Hierro, tan ufano de encarar a los ojos
la terrible faz de la muerte, tuvo que rendirse a sus pies,
doblegar al suelo sus armas de caballero y rendirle
satánica pleitesía, no sin antes librar contra ella
y sus parcas la más cruenta de las batallas. 

Así es la muerte, una vida vestida de negro.