Anne Black

Amada mía

Fuiste mía, solo mía; ¡oh! Estabas tan bella, desnuda y atrevida, dulce como miel, salvaje como fiera, tímida y tierna como una niña y apasionada como nunca.

Eras perfecta y ardiente, tan ardiente que me enloqueciste al punto de seguir deseando tu piel, cada centímetro de tu cuerpo, y besarlo por completo hasta hacerte explotar de placer; ¡oh amada mía! Intento ser lo mas delicado posible para no sonar un atrevido y corriente ante ti, mi reina. Porque eres una piedra preciosa, un ángel lleno de amor entregado a mi y a la pasión y el fuego, la calentura de nuestros cuerpos cuando nos unimos y sentimos, junto a la transpiración y el deseo mutuo cada vez mas fuerte y acalorado, alocados ante la atracción que nos vence en nuestra cama vestida de pétalos de rosas y velas a su alrededor, el romance en el ambiente, tus ganas y las mías, queriendo llegar al placer del orgasmo y acabar echados, rendidos ante el cansancio, abrazados, y aun así continuar besando tu cuello hasta el amanecer, perdido en tu figura, enamorado de quién eres a toda hora, y afortunado de tenerte.