Te vas y me cierras todas las puertas,
las pesadas cortinas, las persianas blancas.
Me apagas la luz, el gas, el oxígeno
y me sumerges en la eterna oscuridad
incierta de este lugar desconocido
y frío en el que trato de sobrevivir
sin tus pedazos.
Te vas y sueltas una bomba de humo
que llena de muerte y destrucción
el espejo del baño, las tazas de café,
la lámpara de sal.
Me dejas sin máscara de gas, desarmada,
al amparo de una piel deshabitada
que se resquebraja
y deja pasar la sequedad de un techo
que se desploma y me aplasta.
Te vas y me lanzas una palabra
cargada de metano que va directa
al centro de la pira de la culpa y la tara,
coagulándome la sangre,
que lucha por deshacerse del trombo enfermo
que penetra entre sus venas.
Insomnio, humo, desierto, silencio a gritos,
desgana y la ausencia
que rezuma por las pezuñas herradas
de un hipocampo hipermétrope
que espera, inevitablemente, tu vuelta.