Fátima Aranda

Lámpara de sal

Te vas y me cierras todas las puertas,

las pesadas cortinas, las persianas blancas. 

Me apagas la luz, el gas, el oxígeno

y me sumerges en la eterna oscuridad

incierta de este lugar desconocido

y frío en el que trato de sobrevivir 

sin tus pedazos.

 

Te vas y sueltas una bomba de humo

que llena de muerte y destrucción

el espejo del baño, las tazas de café,

la lámpara de sal.

Me dejas sin máscara de gas, desarmada,

al amparo de una piel deshabitada

que se resquebraja

y deja pasar la sequedad de un techo

que se desploma y me aplasta.

 

Te vas y me lanzas una palabra

cargada de metano que va directa

al centro de la pira de la culpa y la tara,

coagulándome la sangre, 

que lucha por deshacerse del trombo enfermo

que penetra entre sus venas.

 

Insomnio, humo, desierto, silencio a gritos,

desgana y la ausencia

que rezuma por las pezuñas herradas

de un hipocampo hipermétrope

que espera, inevitablemente, tu vuelta.