Habíamos padecido por la verdad,
La belleza nos consumió,
Nuestro coloquio fue en el calvario,
Y nuestras miradas se cuartearon,
Me acerqué en silencio y en soledad,
Mientras tu corazón dentro del féretro,
Desgarrado y tiznado,
Cubierto del manto de un pájaro muerto,
A ti, que te vi despojado,
En tu zaguero en la marcha final,
No quedó rastro en el nido,
Como pájaros que se quedan,
En medio de una tormenta corpulenta,
Vuelvo y me marchito,
Vivo y me despecho,
Me arranco el pescuezo.
Y la yedra cubre mi gélido pecho,
Así, bajo esa misma noche,
En aquella tierra fría,
Nuestros nombres quedaron,
En el olvido de este entierro.