Sin saber nadar me atreví a sumergirme en el oleaje de la poesía
de sus manos, de sus ojos, me sumergí en el vaivén de sus caderas
y snorkel sus costeras muy al sur, demasiado al sur...
Necia quedé atrapada en la fuerza de una imagen, lo endiosé,
el poder de su palabra que agusanaba en mis oídos con poesía,
en estertores que atraparon mi garganta, esclavizando los gemidos
y en marasmos que alebrestaban mis instintos y ostentaban su fuerza
por cada uno de mis nervios como una aguja que se clava pernocta
entre mío horror y mi placer, como en cada forma de aliento que su boca
planetariamente amorosa concibió en mis labios, como en cada rencor
de mi memoria que trastornara y transforma mi dolor en mi pasión
prisión de cada día, de cada hora de ausencia increciendo, de presencia
aminorando, en la punzada que lacera masoquistamente mis llagas
supurantes de él, y en él, soy como un arco que se flexiona, qué se estira
y que violenta el centro del tumulto de un abismo o del mismo marco ético
de un lenguaje inconcluso, qué amarra mi lengua y me metamorfosea
en un distinto personaje, que va creando de mí misma sin atreverme siquiera
a surgir como mariposa alada, libre, ya sin la necesidad de alejarme
de mi propio capullo, en cambio siempre hundida en lo que uso
voy enterrada por lo que quise ser, por cada anhelo que me vio partir
y me partió la vida entera, él, siempre eterno, siempre él y yo sumergida…