Hace muchos años dije yo, en una antología, que la
relación entre poesía y poeta es la de los apasionados.
Por eso, para un hombre la poesía parece una mujer
(aunque para algunos desgraciados, y más hoy que nunca,
sea infortunadamente un, una hermafrodita) y para
la mujer yo me imagino que aparecerá un hombre. Hom-
bre y mujer, siempre bajo el árbol manzanero del Paraíso
y bajo el árbol estrellero del espacio infinito; que,
desde debajo del árbol, se ve que mezcla las manzanas
y las estrellas. Lo que salva a la poesía es el amor.
¿Qué es más que la poesía en el mundo, esa poesía
que salva?. La poesía es como la amante ideal y real que
no se deja coger del todo y así permanece eterna. Es,
también, lo que dije otra vez, la décima musa, que se convirtió
en ruiseñor huyendo del consabido poeta talentoso,
virtuisista, testarudo y empedrador, que está siempre
bajo un árbol de piedra fósil, cuyas manzanas son de piedra.
Uno de esos que confunden hígado con corazón y que quieren
coger a la ruiseñorista para matarla o disecarla y momi-
ficarla, como una especie rara de museo. O, tal vez , y es
la última solución, para comérsela como si fuera una
gallina.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
(Prosas críticas,ed.Centenario,pp228-253)