A veces siento que te alejas
pero vuelves.
Dejas en mí una arteria
necrosada por hipotermia.
El frio va llegando al centro mismo
de la memoria habitable
y cada intento de fuga es un centímetro cuadrado
de carne seca sumida en la oscuridad asfixiante
de la despedida.
A veces siento que te alejas
pero vuelves.
El pelo se me quiebra,
se resquebraja y queda sobre mis hombros
un mechón de estopa dura y áspera
que se adentra hasta el mismo poro hendido
que lo marchita, emblanquece al observar
como te vas perdiendo en cada paso
que te aparta.
A veces siento que te alejas
pero vuelves.
Me invade la prisa, el miedo,
la urgencia. Se me vacía la sangre de aire
ahogando cada glóbulo trémulo que se altera
por la espera de la voz que al otro lado da respuesta.
Me quedo sin alma, sin oxígeno, sin fuerzas.
A veces siento que te alejas
pero vuelves.
Cada vez más débil, más extenuada,
más vieja vuelves.
Seguirás llegando entre imágenes
y ruidos que se van volviendo tenues,
lejanos, etéreos
hasta que tus uñas muertas arañen la arena
y mis manos azules se empapen de olvido;
ese punto geográfico en el que plantaré las raíces
de tu azalea para seguir volviendo a ti
hasta que tu esencia desaparezca de la frente,
las yemas de los dedos,
el reloj celeste de tu salón de caoba rojiza.