Rompo. Codicio la salvaguarda infinita.
Rocío de comienzos mi camino.
Estrujo un árbol con mi mirada. Lo abrazo y así puedo perdonarme.
Consiento en delinquir. Le robo su latido diáfano a un corazón de luz.
Sé que eso bastará para burlarnos de las tinieblas.
Suspiro con la sangre blanca
de una gota de lluvia encendida en mi piel.
Entre la comisura de los labios cerrados del aire,
desvelo uno a uno los secretos más indomables.
Por un rato, alimento el juego de los deseos: los pongo ante un espejo,
pueden pasar así al otro lado, invertirse
y ya quedarse allí para siempre conmigo.
Cojo un puñal de esparto
y apaciguo el eterno derruir silencioso de la noche.
Confabulo con las frases inacabadas.
Confieso un suicidio inventado por la asimetría de las caracolas.
Vigilo el estanque de sol
en el que, con natural malicia, se bañan las primaveras.
Compruebo que todos los augurios
suben a las naves que los regresarán al futuro.
Pero he sabido
que las palabras murieron de mentiras hace tiempo,
que lo único que nos quedó fue su recuerdo,
una especie de imagen esculpida y borrosa.
Lástima. Porque solo una de ellas ahora nos bastaría
Permitiría expresar nuestro último deseo: “olvidar”