El orgullo campa a sus anchas.
—dicen las malas lenguas que el pavo real y el caballo
ostentan el liderazgo en esta materia—.
Se impone el silencio.
Ahora es momento de oír el latido del corazón,
de un corazón que late fuerte aún
pero que ha encarrilado un adagio decidido y voluminoso.
Debe imperar el silencio, ahora,
que callen las redes y los sermones bajen del púlpito.
Vamos a pronunciar un estruendoso réquiem
por algo que ha muerto, que acaba de morir.
Descanse en paz —mejor requiescat in pace, que queda
más historicista. Un amor sube su paloma al cielo.
Veo con las lágrimas mejillas abajo
el amor ascendiendo al séptimo cielo
como un globo aerostático que pierde el timón.
Ahora debe reinar el silencio.
Miro su chat como la foto de un ser querido
que ha dejado la materialidad de este circo.
Miro su chat. Cuando la veo en línea
se me acelera el pulso, es una especie de mono.
Ha sido un mes intenso, de más sufrimiento
que de placer, y de mucha comunicación literal.
Ha sido un engancharse a un adminículo
que por costumbre ha estado discretamente in my life.
—Estoy mirando a la derecha, donde reposa el móvil,
y presenta una pantalla negra, baja en energía; mejor,
así no veo su chat y sigo mi cura desintoxicante viento
en popa. Acabo de mirar y ahora no está en línea.
Ayer fue el primer día que pasó sin escribirle
un mensaje siquiera de buenos días.
Es tiempo de silencio...
No es posible, lo he intentado hasta donde la conciencia
me ha permitido, incluso forzando sus aristas, pero no.
Estaba en plena faena de acomodamiento a sus premisas
cuando recibí un jarro de agua fría de su parte. Fue decisivo.
Cuando me armaba de valor para cabalgar contra ese molino
recibo una avalancha de mensajes incomprensibles.
Si atendiera mi corazón sería un suicidio, o peor aún,
prolongar una agonía que ya de por sí agonizaba.
Dejemos al silencio que cumpla su tarea exterminadora,
tábula rasa que con el paso del tiempo allana tempestades.
El qué será no lo sabe nadie, por fortuna, y nunca se sabe.
La magia de la vida está en preservar esa incertidumbre
y cuidarla hasta la saciedad, porque es en ella donde radica
la piedra filosofal de nuestro bien pasar por este mundo.
Esa incertidumbre que cual embocadura atrae la bola rodante
de nuestro existir diario —me gustaría que el azar nos trajera
a un encuentro, o a dos o tres, y pudiéramos disfrutar
aunque fuese en la superficie lo que en las profundidades
de nuestras existencias no hubo lugar, porque nuestros mundos
son tan incompatibles como la causa tectónica de un seísmo,
de un mar que recibe una estruendosa acometida, un latigazo
producto de la colisión de dos placas que si pertenecieran
al mismo puzle estarían separadas en el cuadro resultante,
porque de otra manera el concierto de todas ellas no sería posible.
Dejémoslo estar ahora. Quién sabe mañana cual será el tiempo
que den en los telediarios.
Todo lo mejor para ti porque eres lo mejor, pero tu cerradura
y mi llave no se avienen —y eso que he intentado limar la paleta,
las ranuras definitorias de su cauce, y hasta la caña trasera, y ni
por esas.
No llevo bien enamorarme, porque cuando lo hago me pasa
lo de los Panchos: Lo dejo todo, y tú me pides pausa, tiempo
de hacerte a la idea, tiempo para disponer tu cerradura
con el aceite adecuado y forma, para recibir mi llave.
Yo lo quiero todo ahora. Tengo las aguas que aguantan
el dique a punto de hacer aguas.